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Nacionalismo y democracia
Foto: Nacionalismo y democracia - Artículos de opinión
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Gustave Moreau - 8/9/2016 - Aunque ya es un tópico, no se debería hablar de degeneración de la Democracia, porque lo que tenemos nunca fue Democracia. Desde el principio tuvimos una farsa, tan terrible como los totalitarismos, porque la oligocracia, o gobierno de unos pocos, nunca muestra su verdadero rostro y como consecuencia los ciudadanos, aunque quieran liberarse de quienes los esquilman, no pueden combatirlos.
Bajo esta tiranía, vivimos atrapados, porque no podemos elegir representantes que defiendan nuestros intereses. Vivimos bajo un sistema que sólo permite elegir entre partidos corruptos o corruptibles, pero no por casualidad, sino porque aquellos que dirigen el sistema financiero son los que ostentan el verdadero poder y utilizan la corrupción para comprar a los políticos. Actuando en connivencia y para beneficio de ambos, aniquilan la soberanía de los votantes.
Esos poderosos tienen el control de los medios de comunicación y sólo dan publicidad a políticos que jamás cuestionan las reglas de estas falsas democracias. De ese modo todo el Estado queda controlado por unas leyes electorales que impiden a los ciudadanos elegir representantes independientes. Así se instauran sistemas que corrompen tanto la justicia como todo órgano de control, y crean como autodefensa una regulación que hace imposible convocar referéndums, reformas constitucionales o revocar mandatos para así detener la degradación política y social.
No existe, por tanto, libertad política en la que los ciudadanos controlen el poder y tengan legisladores sujetos a sus mandatos. Y el ciudadano se hace más y más pasivo, y esa desolación... esa impotencia... es terreno abonado para las ideologías nacionalistas; y los incautos ciudadanos ven en los salvapatrias y nacionalismos una desesperada solución.
El nacionalismo, cuando toma su forma independentista, promete a sus simpatizantes escapar de la tiranía de un Estado corrupto, pero sus políticos sólo quieren la creación de un nuevo Estado con la única intención de aumentar su poder evitando el control central.
Y cuando el nacionalismo toma la forma patriota, sus acólitos intentan escapar de la tiranía internacional y evitar rupturas independentistas, pero sus políticos sólo aprovechan el descontento para incrementar su poder, dirigiendo la repulsa al inmigrante y la autarquía y atacando a los ciudadanos que intentan escapar de los tiranos a través de ese independentismo.
Y cuando el nacionalismo toma la forma patriota, sus acólitos intentan escapar de la tiranía internacional y evitar rupturas independentistas, pero sus políticos sólo aprovechan el descontento para incrementar su poder, dirigiendo la repulsa al inmigrante y la autarquía y atacando a los ciudadanos que intentan escapar de los tiranos a través de ese independentismo.
Pero ni los unos ni los otros combaten la tiranía, porque como decía el historiador John Dalberg-Acton, el nacionalismo no aspira ni a la libertad ni a la prosperidad, sino que, si le es necesario, no duda en sacrificar ambas a las necesidades imperativas del fortalecimiento del Estado.
Por otra parte sucede que muchos ciudadanos mantienen su medio de vida gracias a esos regímenes. Así aún contra su buen juicio los apoyarán con sus votos e impedirán todo cambio. Es la corrupción de la masa, que ya conoció la República de Weimar y cuya demagogia dió a luz a Hitler.
Desgraciadamente y a pesar de que muchos ya abrazan los nacionalismos, nosotros no queremos repetir los errores del pasado.
Porque aunque nos sentimos profundamente españoles, catalanes, argentinos, neoyorkinos, rusos... sin embargo, deseamos la libertad de cada vasco, sirio, latinoamericano, europeo… y de cada uno de los ciudadanos allá donde se encuentren.
Derribaremos este Orden Mundial de poderosos esclavizando a los pueblos a través de políticos corruptos y votados gracias a las campanas en sus medios de comunicación. No nos detendremos hasta poder elegir representantes, bajo el único mandato de sus votantes, en nuestros barrios, municipios, regiones, naciones, continentes e instituciones globales y no nos rendiremos hasta tener división de poderes y poder convocar referéndums y revocatorios en cada uno de esos ámbitos.
Lo haremos por el bien de los ciudadanos de otras naciones y por nuestro propio bien; porque cualquier medida que tome una nación de forma independiente en un mundo global va a ser anulada por los poderes económicos globales; y así los oligarcas pueden "de facto" escapar de cualquier regulación nacional: evadir a paraísos fiscales con sus multinacionales, esclavizar ciudadanos de otras naciones, destruir el medio ambiente y corromper a gobernantes y funcionarios de países emergentes, y organizar golpes de Estado y Guerras contra las naciones que intentan liberarse. Lo que demuestra que jamás seremos libres hasta que todos seamos libres, y como decía Albert Camús, "Amo demasiado a mi país para ser nacionalista".
Muy pocos intelectuales en la Historia han defendido la libertad política en cada nación, pero extendida más allá de la nación. Pero esto se hace hoy imprescindible, porque con el triunfo de la globalización, los oligarcas ya no tienen ni patria, ni rey, ni bandera, ni más dios que el dios dinero.
Los Demócratas de todas las naciones tienen la obligación de unirse urgentemente y colaborar, en oposición a todo partido que pretenda ocupar escaños de las falsas democracias, porque la demagogia despierta al monstruo dormido del nacionalismo y con él se levantará en armas nación contra nación y ciudadano contra ciudadano.
Gustave Moreau 8/9/2016
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Por otra parte sucede que muchos ciudadanos mantienen su medio de vida gracias a esos regímenes. Así aún contra su buen juicio los apoyarán con sus votos e impedirán todo cambio. Es la corrupción de la masa, que ya conoció la República de Weimar y cuya demagogia dió a luz a Hitler.
Desgraciadamente y a pesar de que muchos ya abrazan los nacionalismos, nosotros no queremos repetir los errores del pasado.
Porque aunque nos sentimos profundamente españoles, catalanes, argentinos, neoyorkinos, rusos... sin embargo, deseamos la libertad de cada vasco, sirio, latinoamericano, europeo… y de cada uno de los ciudadanos allá donde se encuentren.
Derribaremos este Orden Mundial de poderosos esclavizando a los pueblos a través de políticos corruptos y votados gracias a las campanas en sus medios de comunicación. No nos detendremos hasta poder elegir representantes, bajo el único mandato de sus votantes, en nuestros barrios, municipios, regiones, naciones, continentes e instituciones globales y no nos rendiremos hasta tener división de poderes y poder convocar referéndums y revocatorios en cada uno de esos ámbitos.
Lo haremos por el bien de los ciudadanos de otras naciones y por nuestro propio bien; porque cualquier medida que tome una nación de forma independiente en un mundo global va a ser anulada por los poderes económicos globales; y así los oligarcas pueden "de facto" escapar de cualquier regulación nacional: evadir a paraísos fiscales con sus multinacionales, esclavizar ciudadanos de otras naciones, destruir el medio ambiente y corromper a gobernantes y funcionarios de países emergentes, y organizar golpes de Estado y Guerras contra las naciones que intentan liberarse. Lo que demuestra que jamás seremos libres hasta que todos seamos libres, y como decía Albert Camús, "Amo demasiado a mi país para ser nacionalista".
Muy pocos intelectuales en la Historia han defendido la libertad política en cada nación, pero extendida más allá de la nación. Pero esto se hace hoy imprescindible, porque con el triunfo de la globalización, los oligarcas ya no tienen ni patria, ni rey, ni bandera, ni más dios que el dios dinero.
Los Demócratas de todas las naciones tienen la obligación de unirse urgentemente y colaborar, en oposición a todo partido que pretenda ocupar escaños de las falsas democracias, porque la demagogia despierta al monstruo dormido del nacionalismo y con él se levantará en armas nación contra nación y ciudadano contra ciudadano.
Gustave Moreau 8/9/2016
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